lunes, 26 de junio de 2017

ALBA




Pues hoy creo que yo también me siento con el poder de escribir los versos más tristes esta noche. Y soy capaz de escribir de tristeza, y no ahogarme, al menos, no ahora, no en este instante.

Ojalá todo hubiera sido distinto, pero no fue. Nunca fue. Por no decir nunca será (no me gusta escribir imperativos en futuro). No, nunca fue.

Desaparecieron los sueños, las aspiraciones, la fantasía. Las risas, el café, mis pasiones. Las noches de ilusión y las mariposas en el estómago. Desapareció todo. Desapareció mi vida.

Se esfumó.

Durante siete largos meses o travesías, o caminos oscuros con espuelas en las paredes. Como queráis nominar al tiempo de angustia. Da igual, solo sé que no concluía.

Y la salvación: nunca era.

Recuerdo las mañanas de garganta rota, de vasos de leche fría y lorazepam. Parálisis mental de dos horas y media y por fin arrancaba el motor. Agua y música (la primera que sonaba Coming back to life. Era lo único del día que salía perfecto), me montaba en el bus y observaba a las personas de mi alrededor “¿cómo lo harían ellos?”

Otro día igual.

Esta no soy yo. La he perdido. He perdido a Alba. Pero ella ha de estar en alguna parte. Estoy segura. Y él sigue ahí, ayudándome a encontrarla.

Se esfumó.

Desapareció, y se llevó ciento trece recuerdos y una sensación. Sólo me dejó una cosa: el amor. Conviviendo con el miedo y el vacío. ¡Qué vida más impasible! Lo perdí todo pero seguía amando; como el que adora a su rosa, pero casi más a sus espinas.

Y la salvación: nunca era.  

Recuerdo las noches de echarme de menos, de recordar y llorar. De sufrir por ver que sufría. De olvidar que tenía hambre, de suspirar. Otro vaso de agua y desaprender a leer y a escuchar. No hacer nada. Solo desazón. Pero él seguía ahí, ayudándome a encontrarla.
Y mientras él y los demás, respiraban. Eran. Tristes. Pero eran. Os teníais. Entre vosotros y a vosotros mismos. Yo no tenía nada. A nadie. Alba se había ido.

Otro día igual.

Me compré unos zapatos, me cambié de pantalones y usé mi mejor perfume. Pero ya no había esencia. Pasaban los días, los caminos a casa, las horas de la comida, de ir a la cama, de quedarme sola: con mis pensamientos. De saber que mañana la vida iba a seguir igual. Igual, las mismas lágrimas de siempre.

 Angustia, ansiedad, tristeza, dolor, desazón, incertidumbre, pesar, frustración, anhedonia, tortura. Y pasó lo más temible.

1, 2, 3, 4, 5,6… Ya no estaban. Ni ella, ni él.

Se fueron. Se fue.

Silencio.

Pero vino ella. De pronto. Cuando más la necesitaba. Y volvió a reír y nos fundimos. Y la quise más que a nada en el mundo. Y nunca volvió a abandonarme. Porque ella es única, es hermosa tal y como es. Es buena e irreemplazable.

Y LO SUPE.



Y la salvación: siempre era. Era Alba. 

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