sábado, 28 de diciembre de 2013

Shizen

Aquella rueda se movía cada vez más rápido, frenéticamente, casi a la velocidad de una archeobacteria, gracias al movimiento repetitivo de sus pequeños pies. Shizen nunca había abierto los ojos, siempre los había mantenido cerrados, ya que desde el momento de su nacimiento nunca hubo nadie cerca para provocar su explosión, su Big Bang, para hacer despertar aquellos dos espacios de luz y de vida. Para Shizen, el universo en sí era oscuro, como un agujero negro que alargaba, estiraba y destrozaba cada vez más sus ideas y sueños de un mundo repleto de felicidad, de esplendor y sobre todo de compañía. 

Diez mil años después surgió un suceso extraño y repentino.  Shizen, aún cegado, sufrió una superposición, una extraña separación de su ser. Sentía que su cuerpo estaba en otro lugar y al mismo tiempo también en su rueda. Cierto lugar era más libre aunque paradójicamente más agobiante. El oxígeno que se introducía sin permiso por sus orificios nasales era mucho más espeso y contaminado que el que él solía respirar en su pequeña cueva. Aquella presión era mucho más densa que la que acostumbraba a sentir en su modelo estándar de vida rutinaria. Lo gracioso es que en aquel lugar sí podía ver, pero las nubes de incertidumbre y de gas tóxico no dejaban pasar la luz pura de la gran estrella a través de ellas. Intentó levantase poco a poco para poder mirar a su alrededor, a pesar de que la fuerza de la gravedad era algo totalmente nuevo para él.

Shizen se encontraba en una especie de montaña puntiaguda y alta, formada de objetos con colores sin vida: antenas parabólicas, cables, plásticos, trozos de aluminio enrollados en una especie objetos metálicos en forma de caja, tentáculos, cilindros, etc. Pasar la mirada sobre cualquier punto de aquel lugar generaba terror, no había más que olor a desnaturalización, a muerte, a simplicidad. ¿Dónde estaba todo aquello que había soñado? ¿Dónde estaban los ríos, los mares, los animales, las flores…? El mundo en la tierra soñada había terminado, ya no había vida en aquella superficie. El cosmos había sufrido una aceleración. La humanidad había avanzado a marchas forzadas y había destrozado su espacio de vida conscientemente. Aquellos seres llamados humanos habían matado la energía natural para crear energía artificial. Para Shizen, que nunca había conocido una sociedad, llegó a la conclusión de que eso solo lo podrían haber hecho unos locos sin sentimientos. Parecía que la tristeza y la desilusión se habían apoderado de él. ¿Sería verdad que su dura función en la vida no había servido para nada? 

Todo aquel tiempo de soledad y sacrificio parecía estar desintegrándose en el vacío de su propia existencia. 

De pronto toda su pesadumbre bifurcó en una imprevista esperanza. Shizen teletransportó su mente a sus inicios. Sus pensamientos regresaron a la oquedad de su extraña cueva. Recordó súbitamente la función de sus pies durante los anteriores 100.000 años. Aquella función de la cual todavía no había cesado a pesar de lo prolongada y angustiosa que resultaba. Shizen pedaleó con más fuerza. Sintió en el fuego de su corazón que la esperanza de aquel mundo residía en su constancia. Quizá todo era más sencillo de lo que parecía. En aquel momento abrió los ojos, era su oportunidad para despertar. Descubrió que su cometido siempre había sido ser el motor que oscila la esperanza de nueva vida en el universo. En ese momento la ilusión atesto su corazón y el mundo comenzó a girar de nuevo. 

(Alba; 10 de febrero de 2011)