La calle de los perdidos es un callejón sin salida donde
deambulan angustiosos los transeúntes de la ciudad de Nilia. Artistas de la
rambla, nunca tuvieron morada y desconocen por tanto la descripción de hogar y
molicie. Para ellos dar su dirección es mirar al cielo y señalar el sol, que
aún eclipsado por las alondras es capaz de emitir la luz de la certidumbre.
Ninguno
de ellos se conocen, nunca intercambian palabras, se limitan a mirarse a los
ojos y a husmear su propia piel para encontrarse a ellos mismos en el ser del
otro errante. Encogen su cuerpo, sus pupilas se dilatan, y a la caída de sus
párpados comparece el descanso. El descanso de la agonía, de la desesperanza.
El descanso de la miseria. El reposo de la desgracia.
Los transeúntes del callejón de los perdidos, en sueños se
vuelven artistas, colorean de imaginación y deseo la utópica ciudad de Nilia. Donde
no viven olvidados, donde hay caricias de una familia. Donde los sueños se
vuelven arte y los callejones sin salida, se vuelven desidia.
(La ciudad de Nilia en sueños, son los ojos del corazón.)