El cielo de azufre caía sobre la violeta Sierra
cuando sus mares de aguardiente hacían temblar su
siesta;
al alba salió solita, caracolitos de oro, rumiante
adelfa
con el estómago floreciente de tulipanes de pena negra.
El rocío resbalaba desde sus sienes hasta su boca
sus ojos limpios miraban el canastillo de la alcoba;
desatendido estaba , y el frío viento resopla
y las pinzas de madera se posaban sobre la ropa.
Las hormigas con alas se arrastraban sobre la tierra,
los gorriones menguados, piaban unas nanas de cigüeña:
que a la par de las migajas, iban recogiendo un
aliento
de burbuja y de contienda, de ternura y de destiento.
Mi abuelita me decía que las gentes del pueblo
cantaban:
“Pobre
niñita mía
(con
lo bonica que era
y
lo garbosa que lucía)
Qué
desgraciaita a ella la hiciste ser
con
tó lo que te quería
y lo que te hubiera podío querer.
Veinte
mil pesetas pedía Manuel ‘el enterraor’
pa
taparla con un manto fino,
con
sus manitas juntitas, como
susurrando
su destino”.
Y después, siempre añadía:
“Las
gentes del pueblo cantaban
la
muerte de doña Leonor,
mientras
en la tabernita estaba
el
causante de su dolor”
Bendita sea la tierra que a ti te vio de nacer
y qué penita más grande porque hoy te ve descender.
Alba María (noche del 15 de noviembre de 2018)