sábado, 31 de agosto de 2013

Solitude.

Hay sentimientos como voces
Clamando en el desierto
Dolores, frenesíes, que se quedan en alientos.

Confusión de lo difícil
Cuando piensas en “te quieros”
Complicado es querer lo que a uno le ama
Y no lo que le arrastra por senderos.

Como miradas de ángeles que conducen al infierno
Tus misterios me llevaron a encerrarme en mis silencios.

Qué será la soledad sino mi culmen, mi seducción
Qué será la soledad sino aquello dónde se perdió mi yo
Con ella me encuentro, y sin más razón
Me conmueve de locura, de cordura y salvación.



(Las ideas me rescatan).

sábado, 24 de agosto de 2013

de lira ire

Aquello que llamas locura
-Resurgió de su sinrazón entristecida-
En la divergencia se considera cultura
Renacida de las mentes vivas.

Las palabras, prodigiosas palabras,
Pobres y nobles,  amenazadas por la censura
Malvada que desintegra toda escritura
De dolor se exiliaron a las ideas.
-¿Quién posee el esplendor?-
Aquel al que consideraban índole
-dijeron-
Aquel que se dejó seducir por la mesurada discreción
 Aquel que abandonó la magia en manos del amor.
Y ahora pregunto  yo; cegada de frío fulgor:
 ¿Será el “amor” solo alquimia de un genio que una vez perdió la concentración?


jueves, 22 de agosto de 2013

Líneas.

Aquel pequeño sitúo frente a sí un folio tamaño cuartilla, blanco, liso, terso, de textura delicada. Es curioso, él nunca se había parado a pensar tanto en las cualidades de un simple folio, porque, sinceramente siempre había considerado que hacerse ese estilo de preguntas era algo inútil, o simplemente innecesario.

Aquel folio tenía un pequeño rectángulo en el centro, de bordes negros y medianamente gruesos, sin ningún tipo de carácter educativo, ni creativo, un simple e insulso rectángulo vacío. Aquello que tenía enfrente carecía de cualquier chispa e imaginación. No abordaba a comprender qué vería aquel pequeño en aquello.
El pequeño solo le dijo unas simples palabras con su aflautada y débil voz después de entregarle el folio al anciano Aarón.

-“Antes de que llegue el destino de su viaje, señor, me gustaría que utilizando dos colores cualesquiera de esta cajetilla, rellene usted ese rectángulo que le acabo de poner enfrente suya”-

El anciano Aarón había perdido con los años su antigua habilidad de tener un magnífico y perfeccionado pulso, había perdido, según él, su capacidad de ser virtuoso. Después de mucho tiempo algo, sí, un simple folio, se apoderó de sus frustraciones. El anciano cogió el amarillo y el azul, al azar, sin ni siquiera mirarlos y comenzó a rellenar aquel rectángulo con todas sus energías, con todo su vigor. Con brío consiguió acumular en lo posible su dedicación, concentración, constancia y tiempo que le permitían el momento y el lugar. Incluso en el último instante, cerró sus diminutos y arrugados ojos con fuerza y apretando los lápices con presión comenzó a rellenar partes que no estaban dentro de aquella figura geométrica e insípida. De repente, por culpa del esfuerzo una lágrima del anciano cayó encima del folio consiguiendo que el amarillo y el azul se disolviesen, mezclándose entre ellos, convirtiéndose en un deslucido verde. A simple vista aquello era un simple caos de manchurrones y garabatos.

Aarón abrió lentamente los ojos, y al ver aquel embrollo se entristeció. Miró al pequeño y le dijo: “Pequeño, los años han conseguido que mi fuerza y mi habilidad se desvanezcan, lo siento por no haber podido servirte de mucho en lo que me has encargado, deberías quizá haberle pedido ayuda a otra persona”.

El pequeño, frunció el ceño y sacudió su cabecita de un lado a otro diciendo: “¿Por qué señor?  Les pedí anteriormente ayuda a muchas personas. Al menos usted ha sido único, no ha sido un limitado”. 

Segundos después de pronunciar esas palabras el pequeño desapareció con el folio y los colores. Por así decirlo se esfumó como una visión.

sábado, 17 de agosto de 2013

ESTABLECIDO.

Erase una vez la ciudad de la perfección. Todo estaba establecido.

Todo el que la habitaba tenía la virtud de ser agraciado, atractivo y esplendoroso. En especial un individuo, Sarastro. No rozaba todos los límites de la hermosura, sino que se sumergía en ellos.
La ciudad amanecía con su olor. ¡Soberbio! El roce de sus manos hacía relucir el bronce como oro, del movimiento de sus pestañas parecía colgar el mar, de su voz resucitaba la música como un eco en la montaña, la brisa dibujaba su fisonomía  inverosímil y a la vez armónica, melódica, impecable, intacta. Su cuerpo provocaba el delirium tremens de la envidia. Su belleza deseaba el resentimiento de la esencia anómala. Su ser acarreaba el culmen de la palabra “perfección”.  
Día tras día se consideraba más feliz y adorado, deseado por cualquier mortal. Considerado invencible,  faraón de la divinidad terrenal. No había día en la ciudad de la perfección que no se hablase de la belleza de Sarastro.

Vivía, vivía mientras pensaba- “No podría estar más satisfecho de mi mismo”-.

Como cualquier tarde cayó la noche, el horizonte oscureció. Oscureció para no volver a aclararse con la luminosidad de la belleza. En aquella noche cada uno de los habitantes de dicha ciudad perdió su hermosura, sus cuerpos comenzaron a filtrarse de imperfecciones, desdichas y errores… de enfermedades y miedos, sonrisas y llantos. Exceptuando a uno, a Sarastro.

La ciudad de la perfección pasó a llamarse Mundo. Todo estaba establecido.

Cien días y cien noches conviviendo con la imperfección.  Sarastro dejo de ser adorado por las gentes. Nadie podía adorar algo que estaba sobrepasando el límite de lo instaurado. ¿Cómo iban a poder?
Desde el primer momento de aquel repentino cambio fue repudiado, rechazado por sus notables diferencias. Aquella masa de gente ya no podía comprender cierta luminosidad. Su felicidad se esfumaba como un castillo de arena construido en la orilla en un día de oleaje. Cien días y cien noches fueron suficientes para conseguir que Sarastro se fuese consumiendo de tristeza y de inseguridad. A la ciento y una noche murió. Murió por su ingrata belleza. Por corromper.

Moría, moría mientras pensaba – “No podría estar más insatisfecho de mí mismo”-.