Aquel pequeño sitúo frente a sí un folio tamaño cuartilla,
blanco, liso, terso, de textura delicada. Es curioso, él nunca se había parado
a pensar tanto en las cualidades de un simple folio, porque, sinceramente
siempre había considerado que hacerse ese estilo de preguntas era algo inútil,
o simplemente innecesario.
Aquel folio tenía un pequeño rectángulo en el centro, de
bordes negros y medianamente gruesos, sin ningún tipo de carácter educativo, ni
creativo, un simple e insulso rectángulo vacío. Aquello que tenía enfrente
carecía de cualquier chispa e imaginación. No abordaba a comprender qué vería
aquel pequeño en aquello.
El pequeño solo le dijo unas simples palabras con su
aflautada y débil voz después de entregarle el folio al anciano Aarón.
-“Antes de que llegue el destino de su viaje, señor, me
gustaría que utilizando dos colores cualesquiera de esta cajetilla, rellene usted ese
rectángulo que le acabo de poner enfrente suya”-
El anciano Aarón había perdido con los años su antigua
habilidad de tener un magnífico y perfeccionado pulso, había perdido, según él,
su capacidad de ser virtuoso. Después de mucho tiempo algo, sí, un simple
folio, se apoderó de sus frustraciones. El anciano cogió el amarillo y el azul,
al azar, sin ni siquiera mirarlos y comenzó a rellenar aquel rectángulo con
todas sus energías, con todo su vigor. Con brío consiguió acumular en lo
posible su dedicación, concentración, constancia y tiempo que le permitían el
momento y el lugar. Incluso en el último instante, cerró sus diminutos y
arrugados ojos con fuerza y apretando los lápices con presión comenzó a
rellenar partes que no estaban dentro de aquella figura geométrica e insípida. De
repente, por culpa del esfuerzo una lágrima del anciano cayó encima del folio
consiguiendo que el amarillo y el azul se disolviesen, mezclándose entre ellos,
convirtiéndose en un deslucido verde. A simple vista aquello era un simple caos de
manchurrones y garabatos.
Aarón abrió lentamente los ojos, y al ver aquel embrollo se
entristeció. Miró al pequeño y le dijo: “Pequeño, los años han conseguido que
mi fuerza y mi habilidad se desvanezcan, lo siento por no haber podido servirte
de mucho en lo que me has encargado, deberías quizá haberle pedido ayuda a otra
persona”.
El pequeño, frunció el ceño y sacudió su cabecita de un lado a otro
diciendo: “¿Por qué señor? Les pedí
anteriormente ayuda a muchas personas. Al menos usted ha sido único, no ha sido un limitado”.
Segundos después de pronunciar esas palabras el pequeño
desapareció con el folio y los colores. Por así decirlo se esfumó como una
visión.